EL RINCON DE LOS NIÑOS Y NO TAN NIÑOS...

Bajo el asfalto.


 Ramón solía despertarse muy temprano, pero ese día, se quedó dormido.

El reloj marcaba las 8 horas, Marianella, su hermana y su madre ya estaban sirviendo el mate cocido en las tazas descascaradas de siempre al lado del calentador.

Su casa consistía en una pieza de madera y chapa, ese lugar era utilizado como comedor, cocina y dormitorio para él, su hermana y sus padres, además, había un baño precario.

La noche anterior se había dormido tarde, aunque simulara –tapado con la vieja frazada deshilachada- escuchaba a sus padres que hablaban en voz baja. ¿Y como podemos hacer Jorge?. La preocupación recaía sobre una camisa, una corbata y un saco que su padre no tenía. Su padre aún joven pero luego de una larga enfermedad había perdido su trabajo, siempre se había desempeñado como ayudante de Contador, su curación había consumido toda la poca fortuna de su familia. Gracias que todavía había podido irse a vivir a una casilla en la Villa cercana al Ferrocarril, la vida allí era muy difícil aunque su madre de naturaleza sufrida hacía lo posible para no traspasar a sus hijos sus angustias.  La conversación entre ellos había sido larga, por primera vez su padre tenía la oportunidad de un trabajo, pero por esas rarezas que tiene la vida: una camisa, una corbata y un saco se interpongan ante la posibilidad de cambiar de vida, deseo largamente esperado.
Después de un ¡Buenos días!, tomó su tazón de mate cocido en silencio, su carácter era reservado y más bien hosco, en cambio Marianella, tal vez por ser la menor y no recordar nada mas que la vida en la Villa, era alegre como una mañana de Primavera, saltarina y gritona, vivía en un mundo de fantasía. Cuando a la noche veía a la luna, venía corriendo y le decía al oído: ¡vení, vení, pedile un deseo a la luna, mirá que grande está!. Ella te lo va a conceder. Ella me dijo que hay gnomos: personitas muy chiquititas por todos lados que nos ayudan y están esperando que nosotros les pidamos cosas, porque son muy buenos y sólo son felices ayudando a los demás, son verdes, rosados y gorditos y…así continuaba por horas.
Yo estaba muy lejos de creer en gnomitos a esta altura de mi vida, donde tuve que cambiar mis juegos infantiles por pdir en las calles de asfalto para poder ayudar a mi madre en la curación de mi padre y consciente del dolor que esto le infligía a ambos. Eso desesperaba mas a mi padre en su afán de trabajar, ¡él, que me había soñado Ingeniero!.
Tome mi bolsa de lona de un color verde sucio y con un ¡Adiós! Me dirigí a la Estación como todos los días. Entre tanta gente, humo y trenes entrando y saliendo tal vez podía ser un buen día y ganar algo para llevar a mi casa.
El movimiento de la gente era incesante, mientras extendía mi mano entre las personas, súbitamente me asaltó la idea de ver cuanto salía la ropa que necesitaba mi padre.
Salí de la Estación y empecé a caminar hasta que llegué a una tienda de ropa para hombres, allí vi un hermoso saco azul con una camisa blanquísima y una corbata en degradé de grises azulados, me parecieron ideales ya que mi padre tenía un pantalón en buen esta de conservación todavía y unos zapatos negros del mismo color, iguales a los que estaban junto al maniquí. La desilusión llegó cuando sumé, necesitaba 250 pesos, y esa cantidad de dinero no la había visto jamás, toda junta, desilusionado y triste volví a la Estación, era mediodía y la marea humana se movía en forma constante como las olas del mar que una vez llegué a conocer. Extendí mi mano, pero las personas parecían no verme y me preparé para pasar un día difícil. El tiempo fue cambiando, la Estación parecía ir oscureciéndose poco a poco y de reojo miraba hacia fuera, unos tremendos nubarrones gris plomizo se iban juntando como queriendo formar un techo a la ciudad. No tardó mucho en sentirse los primeros truenos, luego el cielo dejó caer sus primeras gotas minúsculas, que batidas por el viento daba la sensación de una nevisca. Mas tarde las gotas aumentaron  de tamaño y la lluvia se hizo torrencial.
Dentro de la Estación, por el viejo cieloraso se deslizaba el agua formando goteras que mojaban el piso y enfriaban el ya húmedo de por sí recinto. Los charcos fangosos se multiplicaban y la gente al pasar me salpicaba embarrándose los ruedos de los pantalones y sus zapatos.
Tambien hubo mas que un resbalón, nunca faltante en este piso antiguo y desgastado por el paso continuo de tantos años y tanta gente, el apuro de hombres y mujeres hacía más difícil la situación, eran ya mas de las tres de la tarde y solo había juntado unas pocas monedas, sumaba y volvía a sumar cada vez mas lejos veía la posibilidad de comprar la ropa de papá.
Todavía recordaba las palabras de Marianella…hay hombrecitos pequeñitos, gnomitos que están esperando para ayudar a los demás…si no estaban bajo el asfalto, yo realmente no los veía y sin darme cuenta con esta idea me quedé dormido.
Soñaba con gnomitos de colores que me traían el saco, la camisa y la corbata de papá haciendo gran esfuerzo entre varios, cantando y marcando el paso, todos al unísono, escuchaba sus risas y sus cantos tintineantes como cascabeles. De pronto un ruido me sobresaltó, un señor muy elegante y una mujer alta y rubia gritaban, pedían ayuda, de pronto sus miradas y las mías se cruzaron, no sé porque lo hice, pero fui hasta ellos y les escuché decir ¿dónde está?, ¡Por Dios!. Les pregunté y ellos entre palabras y llanto me dijeron que su hijito se había extraviado, que tenía tres años, rubio con rulos, vestido con un jardinero celeste y camisa blanca. Que no lo encontraban y muchas palabras que por el ruido no entendí.
Dejé que mi impulso de conocedor de la zona me llevara y recorrí uno por uno los andenes, me pareció, que a propósito, nunca había habido tantos chicos en la Estación. Estaba comenzando a pensar que no lo encontraría, cuando de pronto, vi a aun pequeñuelo llorando de manos de una señora que miraba hacia todos lados. Me acerqué y le pregunté si era suyo el niño y me dijo que no, que apenas unos instantes antes le había tomado la mano, le dije que sabía donde estaban los padres y contenta me lo dio. Lo tomé en brazos y hablándole lo llevé a donde se encontraban sus padres. Al verlo los dos lo abrazaron y lloraron, me sonreí mientras me alejaba, cuando de pronto escuché una voz que me decía: ¡eh pibe!, me di vuelta y era el señor elegante que se dirigía hacia mí y dándome la mano me dijo, no sé como podemos agradecerte, mi hijo no tiene precio para nosotros, es lo mas importante que tenemos.
¡No es nada!, le dije. Yo tambien tengo una hermanita y no me gustaría que se perdiera. ¿Dónde vivís?, me preguntó mientras su esposa con el niño se acercaba a mí, en la Villa de al lado de la Estación. Mirándose entre ellos, vi como una sonrisa muy dulce en el rostro de la mujer acompañaba el ademán del esposo, que del bolsillo del saco retiró un bloc de papeles con vivos color celeste. Sacó una lapicera y escribió algo en uno esos papeles, luego lo firmó y me lo dio diciendo: es muy poco, no lo pierdas, dáselo a tus padres, nuestro agradecimiento será eterno, y saludándome con la mano, mientras el niño enjugaba una última lágrima, se marcharon.
Sin pensar miré la hora, eran mas de las 8 de la noche y sin dinero pero muy alegre me dirigí a la Villa.
Cuando llegué a la casilla vi a mi madre junto a mi padre, Marianella estaba como de costumbre mirando el cielo desde la ventanita. ¿Cómo estás, hijo?, dijo mi padre con la mirada triste con que observaba cuando me veía regresar de lo que muy a su pesar era mi trabajo; bien, hoy se perdió un chiquito y yo lo encontré, ¡qué suerte!, dijeron mis padres casi al mismo tiempo, ¡pobres! Agregó mi madre, entonces dentro de mi cansancio recordé y abriendo mi bolsa de lona le alcancé el papel a mi padre, tomá papá el señor me lo dio, me dijo que se los diera a ustedes y que no lo perdiera, no sé que es.
Mi padre tomó el papel largo y angosto, de pronto vi que su rostro cambió. La tristeza había desaparecido y una llamarada avivaba sus ojos. Se paró y abrazándose a mi madre, entre sollozos me miró y me dijo: ¿sabés lo que te dio ese señor?. No le respondí sorprendido. El me contestó: la posibilidad de comprar la camisa, corbata y el saco y, además, poder vivir en una casa donde tu madre no tenga que cocinar en un calentador, ni ustedes dormir en el suelo.
Yo lo miraba atónito, no entendía como ese papelito podía dar esas cosas, ante mi mirada interrogante, mi padre me abrazó y dijo: este papelito vale mucha plata, ha de ser un señor muy rico y que quiere mucho a su hijito. No podía creerlo, yo que ni soñaba poder juntar 250 peso, no llegaba a imaginar cuanta plata era, entonces tartamudeando pregunté: ¿con eso podés comprarte la corbata y…?. ¡Sí! Gritó mi padre abrazándome  y mucho más.
Mi madre tomó a Marianella en brazos y se acercó a nosotros entonces dijo casi susurrando: hay que pedir todas las noches a Dios, que bendiga a ese hombre ya su familia, por su gran corazón y a ti por ser el niño mas bueno.
Rápidamente de las lágrimas pasamos a la risa, mi madre, dijo: vamos a comer el guiso, hoy conseguí algo de carne. Mientras mi padre miraba el papelito y mi madre preparaba el mantel blanco sobre la mesa de madera, Marianella se acercó y me dijo: ¿ahora crees o no crees que hay gnomitos que te dan lo que pedís?. Con una carcajada aprobé con la cabeza y dije: sí, pero están escondidos en el asfalto y cuando salen, no siempre son verdes, algunos son rubios de rulitos y visten jardineros celestes.
Esa noche como tantas, luego en el transcurso de mi vida, miré la luna y pedí un deseo. Pedía a Dios por todos y por esa familia que nos había devuelto la felicidad y luego me di vuelta despacito, miré el piso y luego me dirigí a acostarme, no fuera a ser que por apurado, pisara a algún gnomito, ¿no?.

                                        Saya   Maabar

NUESTROS NIÑOS

LA TAZA DE TE Y LA BARRA DE CHOCOLATE

 

Dentro de un marco de lomas verdes como la esperanza e hileras interminables de árboles que parecieran tocar el cielo azul celeste con sus picos, en la cima, se destaca una gran casona.  Adornada con estatuas que dan la impresión de estar dormitando, en espera de la llegada del sol matinal y con grandes escalones de mármol blanco que forman la escalera de acceso a la casa silenciosa y adusta como tomada de un cuadro pintado por alguien que puso gran imaginación en la combinación de colores en su paleta para darle a su pintura toda la gama de colores necesarios para plasmar, no solo la casa, sino tambien el espíritu de la misma y de la gente que la habita.
Por dentro, la casona parece tener un clima especial, un aroma de nardos y azucenas recién cortadas, impregna las habitaciones luminosas y pulcras. Se destacan las carpetas de hilo bordadas al croché que sirven de apoyo a inmensos jarrones de cristal repleto de flores multicolores, adornando muebles de caoba oscura y lustrosa.
En el comedor, la mesa grande y ovalada, se encuentra cubierta con un inmenso mantel decorado con vainillas y puntillas que alguien esmeradamente bordó. La mesa se encuentra dispuesta para el té de las cinco de la tarde.
En la enorme cocina los sirvientes entre risas y susurros, repasan las tazas de té de porcelana fina decoradas en oro y luego las colocan sobre una hermosa fuente rectangular de plata con asas torneadas. Sobre la gran mesada se encuentra una tableta de chocolate de taza, que solitaria reposa sobre el impecable mármol, preparándose para ser guardada dentro de la alacena hasta que sea necesario su uso.
Una de las tazas de té –la más hermosa- se dirige a la barra de chocolate y en forma irónica dice –parece mentira como pudo alguien traer esa clase de chocolate a esta casa ¡Qué barbaridad!, ¡Dónde iremos a parar! La barra de chocolate que escuchó el comentario dice: ¿por qué estás enojada?; yo no te molesto. La taza indignada, volviéndose hacia ella responde: no te autoricé para que me dirigieras la palabra: ¡cómo se ve que no conoces buenos modales! Yo, pertenezco a la nobleza entre las tazas y tú solo eres algo vulgar. Hasta que tú llegaste sólo había chocolate en forma de bombones, mousse u otras cosas que no creo que conozcas. Para que perder el tiempo contigo –decía esto mientras se acomodaba cerca del rayo de luz que entraba por la ventana de la cocina para hacer resaltar su brillo y distinción-, la barra de chocolate apesadumbrada al verse solo provista por un papel común multicolor como ropaje, se sintió triste y llorando se acurrucó dentro de su envoltorio como para impedir ser vista. Asimismo, la taza de té prosiguió con sus ofensas mientras la barra de chocolate no podía explicarse el porque de tanto desprecio; era verdad que ella no era fina como los otros chocolates de la casa pero ella siempre se había sentido útil haciendo feliz con su sabor, a la gente que le robaba un pedacito de su ser, como hacía la doncella a escondida de su patrona, los sirvientes no parecían despreciarla, es más parecían contentos con su llegada.
De pronto se abrió la puerta y la doncella apresurada dijo: ¡llegaron los señores!, ¿están los scons?, y rápidamente levantó la bandeja de plata con las tazas de porcelana y la llevó al comedor, sin poder evitar una maliciosa mirada de la taza de té al chocolate, llena de orgullo y soberbia digna de ser una reina.
La barra de chocolate, abandonada sobre la mesada, se quedó absorta meditando. No podía entender que había hecho para poner tan furiosa a la taza de porcelana. Pensando así se dormitó. De pronto, un silbido agudo la despertó, era la pava que avisaba con su sonido que el agua estaba hirviendo, el vapor se elevaba como las bocanadas de humo de un tren en movimiento.
La pava le habló; ¡Hola!, ¿qué haces aquí? Con cierta desconfianza, le respondió: “me trajeron”. La pava lanzó otro silbato, pero esta vez de satisfacción, me alegra, ¡eres simpática! Sobre un lienzo absorbente descansaba la taza de té, que al oír la conversación, no pudo con su genio y dijo: no entiendo, quien te autorizó a darle la bienvenida. La pava le respondió irónicamente: ¡Oh, Vuestra Majestad!, disculpe, tenía que haberle pedido permiso a usted y luego estalló en una serie ininterrumpida de silbidos altisonantes que pusieron furiosa a la taza de té, que con gran enojo, dio su espalda a la pava y con gesto altivo se dispuso a seguir descansando.
En eso entró una dama distinguida con su cabello gris prolijamente recogido en un rodete y un señor canoso con cara de bonachón sobriamente vestido. La señora luego de una mirada de desaprobación dirigiéndose a las doncellas que venían tras ellos, dijo: vuelvan a guardar la vajilla y tambien esta barra de chocolate.
Dentro del desorden reinante, las doncellas se apresuraron a cumplir con el pedido en el apuro guardaron las tazas de porcelana y al lado colocaron la barra de chocolate. No pasó mucho tiempo para que la taza de porcelana pusiera el grito en el cielo, ¡cómo pueden ser tan tontas!, exclamó. La barra de chocolate que tenía bastante miedo en ese lugar oscuro, temblorosa le contestó: ¿por qué dices eso?, las doncellas son muy buenas y los dueños esta casa tambien lo parecen. La taza rápidamente replicó: ¡Ah!, ¿Cómo puedo pretender que tú me entiendas? Yo, ya te lo dije: no soy una taza cualquiera, por lo tanto no veo porque tengo que estar junto a ti que eres una barra más que común de chocolate.
En el preciso momento que la barra de chocolate iba a contestarle, se sintieron voces que venían de afuera, eran las doncellas que se aprontaban a tomar su té. Por la rendija de la puerta la barra de chocolate se dedicó a observarlas, se encontraban vestidas con impecables uniformes azules de faldas largas con tocado y delantal, primorosamente bordados con puntillas de color blanco. Conversaban animadamente de las tareas de la casa, mientras tomaban su té en tazas grandes de cerámica marfil y parecía reinar una gran armonía.
La taza de porcelana se sintió herida al ver que  la barra de chocolate no le prestaba atención y le dijo: ¿qué miras?, son sirvientes nada mas, y siguió bla…bla…bla…, hasta que la barra de chocolate comenzó a sentir que no iba a poder tolerar mas, pero entonces pensó que ella actuaba así porque estaba sola o triste, de pronto le dijo: ¡Basta ya!, ante la sorpresa la taza comenzó a tintinear de furia, como había osado gritarle ¿justo a ella?. Muda de indignación se quedó mirando al chocolate, expectante. La barra de chocolate dijo: no niego tu belleza, ni mi humildad, pero no veo como puedes vivir solo pensando en ti. La belleza solo brilla cuando va acompañada de sentimientos de amor hacia los demás y de ellos hacia ti. Tú solo brillarás de verdad cuando seas útil haciendo feliz a alguien y sientas su agradecimiento, mientras tanto serás un artículo de decoración más en esta casa. Yo quiero ser tu amiga.
La taza de porcelana herida en su orgullo respondió temblorosa ¡Jamás!, pero aunque no siguió hablando, las palabras repiqueteaban en su mente, ya que no era la primera vez que había oído decir a las doncellas con fastidio, tanto trabajo para que no se rompa y al fin y al cabo, no difiere de las tazas donde nosotros tomamos nuestro té, salvo porque es mas cara. Sí, no recordaba la   hubieran tratado con cariño, yeso ahora le dolía.
El comenzar del día siguiente fue esplendoroso, un estallido de colores anunciaron un día frío pero pletórico de sol, sin embargo, el anciano jardinero señalaba con su dedo nudoso y ajado, un grupo de nubes grises que lejos se observaban en el horizonte y decía: va a venir tormenta…
Las doncellas se reían pero miraban hacia las nubes con cierta desconfianza, generalmente el viejo jardinero no se equivocaba. Sin embargo, la brisa todavía era suave y no parecía predecir una tormenta, aunque las mismas eran habituales y por lo general sorpresivas.
La barra de chocolate que fue la primera en observar los rayos oro y rubí que entraban por la ventana de la cocina escuchaba como comentaban, que los señores iban a dar un paseo en coche ese día y mientras una doncella planchaba prolijamente los pliegues de la pollera de seda del vestido negro con encajes de la señora otro lustraba afanosamente las botas del señor, mientras tanto hablaban entre sí. Es bueno que salgan, no lo hacen desde el señor Daniel se fue a la guerra y entre lágrimas decían: ¡el único hijo!, ¡qué desgracia, pobres!…y con lo bueno que son los señores.
En ese momento la taza de porcelana despertó, ¡cuánto ruido!, ¿no podrían trabajar sin hablar? La barra de chocolate todavía emocionada por lo que había escuchado, le respondió: si tú escucharas serías más comprensiva y tambien entenderías más a las personas. ¡Que tonterías dices!, ¿para que quiero yo entenderlas?
La barra de chocolate arreglándose el papelito multicolor que la cubría dijo: ¡Ojalá, algún día, te dés cuenta que tu soberbia solo te llevará a la soledad!, tu no eres nada, sino tuvieras alguien que tomara té o cualquier otra cosa permanecerías de adorno en una vitrina. Enojadísima la taza le dijo: ¿cómo, cualquier otra cosa?, yo, soy una taza de porcelana de té solamente, ¡qué ridiculez!, como piensas que permitiría que sirvieran en mí otra infusión. La barra de chocolate le dijo: ¿ni aún si sabes que así serías útil y querida?, eso no cambiaría las cosas. Espero que algún día te des cuenta de tu error y mirando otra vez por la abertura de las puertas del armario, la barra de chocolate vio como las doncellas saludaban a los señores que se retiraban a su paseo.
Muy dentro de sí, sintió pena por la hermosa taza, tan linda y tan pobre de sentimientos, Pero aparentemente nada podía hacer, solo Dios y el tiempo decidirían el destino de la taza de porcelana, no sabia cuando.
Para la taza de porcelana fue una tarde aburridísima, ya que los sirvientes no la usaron para su té y por lo tanto permaneció encerrada en el armario, no así lo fue para la barra de chocolate que ocupó un lugar destacado en la mesa y compartió las charlas, bromas y anécdotas de la familia y el lugar.
De pronto las persianas exteriores comenzaron a golpearse fuertemente, el cielo se había puesto gris plomizo y el agua estaba cerca. El anciano jardinero se levantó de su silla y dijo: ¿vieron?, les dije que venía tormenta…hay que cerrar las ventanas, y así lo hicieron, saliendo las doncellas y él mismo en distintas direcciones mientras murmuraban ¡y los señores, que todavía no han llegado!
Las cortinas de fino hilado se mecían al compás de la tormenta que iba avanzando. Los truenos y rayos no tardaron en hacerse escuchar haciendo temblar de miedo tanto a la barra de chocolate que había quedado sobre la mesa de la cocina y que se iluminaba en forma intermitente con cada rayo que caía, como tambien hacían tintinear de terror a la taza de porcelana encerrada en el armario. Recordó entonces la barra de chocolate que la taza estaba sola, trepó hasta el armario, se metió adentro y trató de calmarla, quien aunque soberbia, había empezado a extrañarla, a pesar de que sus comentarios la molestaran. Sin hablar, se mantuvieron unidas, la taza por primera ve pensó que era hermoso sentirse protegida, había pasado muchas tormentas sola y era agradable la diferencia que experimentaba.
La tarde pareció convertirse sorpresivamente en noche, pronto llegaron las lámparas de kerosene con su luz amarillenta y mortecina que formaba figuras fantasmagóricas sobre la pared de la cocina.
Sentados los sirvientes hablaban y rezaban por sus señores, ansiosos para que regresaran bien. No se sabe cuanto tiempo transcurrió hasta que el ruido del coche anunció su llegada; salieron a recibirlos, pero las voces agitadas que se escuchaban y el taconear de pasos apresurados impedían saber que decían ya que esas voces se confundían con los truenos de la tormenta.  De pronto, las palabras se escucharon más claras, los señores daban órdenes: traigan una manta y ropa seca y…, prepárenle algo caliente par tomar y comer, ¡Pobrecito, está empapado! Y así, las órdenes siguieron y los pasos se multiplicaron.
La barra de chocolate se asomó del armario y vio a un niño de unos once o doce años completamente mojado, flaco y despeinado que cuidadosamente la señora tapaba con una manta tejida mientras el mismo señor avivaba las llamas del hogar agregando mas leña él mismo.
El niño miraba con ojos desorbitados todo ese lujo como si estuviera viviendo una fantasía; sus ojos expresaban una tristeza profunda y una inmensa soledad.
La cocina hasta ese momento vacía se llenó de ruidos y voces -¡pobrecito!, ¿qué le hacemos para que entre en calor?, una taza de chocolate dijo la doncella más regordeta y rápidamente puso la leche a hervir, en ese instante entró la señora y le dijo: ¡deja eso! Yo lo haré, tu ve a prepararle el cuarto del niño Daniel y el baño.  La doncella se quedó paralizada y con una mirada mezcla de dulzura y tristeza, suavemente pregunto: ¿el cuarto del señor Daniel?, la señora se dio vuelta y con lágrimas en los ojos le dijo: Sí, él le hubiera ofrecido su cuarto si estuviera aquí, y sin mas la doncella se retiró.
Luego de unos momentos en que los ojos de la señora se perdieron vaya a saber en que tierna y dolorosa escena de su vida, abrió la alacena y tomó la barra de chocolate y la taza de porcelana, colocándolas sobre el mármol de la mesada. La taza de porcelana dijo: ¡Oh! Se equivocó, yo no soy para servir chocolate, soy una taza para el té. La barra de chocolate no le prestó atención ya no podía dejar de mirar a ese niño desvalido que les inspiraba tanta ternura.
Sacaron un trozo de la barra de chocolate y en minutos sirvieron el mismo en la taza de porcelana que enojada no podía dejar de manifestar con rezongos su desaprobación.
Cuando la taza llegó a la mesa, la barra de chocolate seguía mirándola desde la mesada y vio como el niño con miedo tomaba con delicadeza la taza y antes de tomar su chocolate decía: ¡que hermosa taza!, nunca vi algo tan lindo. La taza pareció iluminarse de orgullo, entonces la señora le dijo; ¿te gusta?, entonces será tuya. Ante la sorpresa la taza empalideció mientras que la barra de chocolate se reía.
Pasaron varios días sin que la barra de chocolate y la taza de porcelana volvieran a verse, el niño no se despegaba de ella; la llevaba a su dormitorio a la hora de acostarse, a la mesa a la hora de comer y a todos lados de la casa, tambien le hablaba. Esta taza se había convertido en el símbolo de su llegada a una felicidad ni siquiera soñada.
Una tarde la barra de chocolate y la taza de porcelana volvieron a verse. La barra de chocolate ahora convertida en un pequeño trozo envuelto en un gran papel multicolor varias veces doblado se asomó de la alacena y vio como sacaban de la hermosa taza un pequeño pez de colores vivos mientras la doncella le decía al niño que ese no era el lugar para guardar pecesitos y le daba en cambio un gran frasco de boca ancha, que el niño no quería tomar hasta que la misma le prometió devolverle su taza en cuanto él la pidiera.
Entre rezongos el niño aceptó y salió corriendo hacia el manantial, mientras tanto bajo la mirada complacida de la doncella, la taza fue lavada prolijamente y luego de ser secada la colocaron en el armario al lado del trozo de chocolate.
La taza al verla se sintió muy alegre y comenzó a contarle las aventuras del niño, hasta que de pronto se dio cuenta del tamaño de su amiga, la barra de chocolate y le dijo: ¡Oh!, ¿qué te ha pasado? La barra de chocolate con una sonrisa le contestó nada, sólo estoy cumpliendo con mi misión. La taza apesadumbrada le dijo: ¡pero si sigues así, desaparecerás!, y yo te necesito, ahora sé lo que es ser útil y tener amigos, tú fuiste mi primera amiga.
No importa lo que pase –dijo la barra de chocolate- lo importante es que ahora conoces la amistad, con eso me siento feliz. ¡No!, ¡No!, y ¡No!, dijo la taza lagrimeando y mientras revisaba con desesperación el interior de los estantes, se le ocurrió una idea e inmediatamente comenzó a empujar con su asa a la barra de chocolate hacia el interior del estante, la barra de chocolate, que no entendía a que se debían tantos empujones, le preguntó: ¿qué haces?
La taza transpirando por el esfuerzo realizado, logró colocarla en el fondo del estante donde no se la veía y corriendo un frasco la tapó.
¡Ya está!, dijo la taza, nadie te encontrará y seguiremos siendo amigas por el resto del tiempo. Pero no creo que sea correcto, dijo la barra de chocolate apretado contra la pared, tú –dijo la taza- me enseñaste que solo se es feliz cuando se quiere y se es querida, yo lo comprendí y si quiero seguir siendo feliz debo protegerte.
Cada vez que me guarden podremos hablar y yo te sacaré a la luz cada vez que pueda para que no estés aburrida. Pero, debe ser un secreto entre tú y yo ¿entiendes?; si, entiendo respondió la barra de chocolate con su dulce corazón latiendo de emoción.
Pasaron los días y una tarde cuando la doncella fue a buscar el chocolate para hacerle la merienda al niño, sacó la taza de porcelana preferida y buscando la barra de chocolate, revolvió todo el estante, mientras la barra se hacía más chiquita aún apretándose contra la pared de la alacena, luego de la infructuosa búsqueda y mientras la mirada cómplice de la taza de porcelana se dirigía al interior del estante, la regordeta doncella dijo para sí: ¡Que extraño!, hubiera jurado que quedaba chocolate, bueno tendré que mandar comprar…la taza de porcelana sonriente le grito a la barra de chocolate ¡hasta luego, amiga!, y aprovechando que la doncella no estaba en la cocina, se acercó a la puerta del armario la barra de chocolate y arrojándole algunos papelitos de colores de su envoltorio a la taza, le dijo: ¡Hasta luego, Majestad!.
Pasaron muchos años, muchas madrugadas y se dice que cuando el niño fue hombre, ya casado y con dos hijos, volvió a la casa, que en esos tiempos se encontraba vacía, decidido a instalarse allí con su familia, y mientras su esposa revisaba los armarios de la cocina, sólo encontró una hermosa taza de porcelana y muy en el fondo del estante junto a la taza, una vieja barrita de chocolate, que no sabe porque, nunca tiró ni las cambió de lugar. Solo se sabe de ellos que vivieron felices y que siempre siguieron tomando chocolate.

                                                   Saya Maabar

Luciana Cozzi: una adolescente

que ya està jugando en el cielo...

La piedra rosa

 

Era una tarde calurosa, en la cocina espaciosa de la casa, Inés se apuraba a terminar de decorar la torta de limón que era su especialidad. Ella ya tenía acostumbrada a su familia a esperar esa delicia de regalo cuando llegaban de visita o había algún festejo.

 

Inés es una mujer muy especial, extraña mezcla de: mamá gruñona con algo de niña inocente y tierna.

 

En el jardín, muy concentrado, su esposo Jorge preparaba el carbón para el asado del día siguiente.

 

Jorge es un hombre alto y robusto como un árbol frondoso, silencioso y muy detallista .Es de aquellas personas a las cuales la rectitud y la lealtad nacieron con él.

 

Luciana, su hija, dando vuelta por la casa pensaba ¿qué les voy a regalar a papá y a mamá para esta Navidad? , mientras tanto caminaba sin rumbo cruzándose con su mamá que trataba de guardar la torta y limpiar los utensilios de la cocina rápidamente.

 

De pronto se escuchó una voz diciendo: Luciana ¡por favor! No vez que estoy ocupada, me vas a hacer tropezar. Antes que Luly- como la "llamaban cariñosamente sus padres- pudiera contestar se escuchó la voz firme y resuelta de Jorge diciendo: ¿Cuántas veces tengo que decirte que ayudes a tu madre? y unos cuantos rezongos inentendibles pero que denotaban su enojo .

 

¡Bueno! Pensó Luciana, ahora si que las cosas se pusieron mal, no voy a poder pedirles dinero y yo no tengo suficiente ahorrado para comprarles algo.

 

Pensativa luly se puso a caminar por el césped del jardín del fondo ya mirar distraídamente el suelo.

 

Mientras tanto en su cabecita de niña la idea del regalo daba vueltas y vueltas. Siquió caminando mientras miraba el césped y de pronto dentro de las plantas vio un extralio resplandor, se agachó y revisando entres ellas, semi enterrada se encontró con una piedra de color rosa de una maravillosa transparencia y brillantez.

 

En ese momento su papá la llamó y ella escondió su piedra en el bolsillo derecho de su enterito.

 

El clima familiar no había mejorado mucho para Luly su padre seguía enojado. Jorge era un hombre que no habla mucho pero que por su rectitud y previsión no pueda deja de pensar en el futuro de su hija y por ello se preocupa mucho por su educación

 

Esta vez tanto la mamá como el papá de Luly se habían equivocado, ya que su distracción no obedecía a falta de interés en ayudar sino todo lo contrario, su pena era no poder hacerle regalos a ellos el día de Navidad.

 

Ese día terminó demasiado rápidamente para Luly, el día siguiente era Noche Buena y ella no podría poner sus paquetitos en el árbol.

 

Al levantarse a  la  mañana vió como aumentaba la  agitación en su casa., las tías Rosita y Cristina ya estaban en la cocina, y a la tarde llegarían sus tíos y su abuela. Rosa. El tiempo seguía pasando, llegaron las tías, tíos, primos y todos dejaban paquetitos o bolsitas alrededor del árbol.

 

A pesar de las risas y las conversaciones Jorge e Inés observaban a Luly que parecía triste. El tiempo se acercaba, llegaba. el momento de abrir los regalos y así luego del brindis y los besos y abrazos.

 

Luly empezó a recibir sus regalos. Mientras todos reían y festejaban ella se fue despacio caminando a  la cocina. y se quedó sentada. pensando.

 

La primera en notar su ausencia fue su mamá que se acercó a ella a preguntarle que le pasaba cuando Jorge entró en la cocina y las vió. Entonces se acercó a Luly y preocupado preguntó ¿qué te pasa Luly? ¿No te gustan los regalos? ...Entonces Luly los miró con sus ojos llenos de lágrimas y les dijo: yo no pude regalarles nada, decía esto mientras apretaba algo entre sus manos.

 

De pronto su papá te dijo ¿qué tienes en tus manos? Y Luly abriéndolas mostró su piedra. Rosa. ¡Qué hermosa! Exclamo su mamá y su papá se acercó más para poder observarla mejor. Fue en ese momento cuando los  tres se vieron reflejados en la cristalina piedra rosa.

 

A Inés se le caían las lágrimas de emoción y entonces abrazándose los tres mientras se miraban en la piedra le dijo: ¡Mira Luly, los tres juntos!, entonces continuó, no existe regalo más grande que puedas comprar que el amor que nos das. Estar juntos y unidos así es un regalo que perdura y no se acaba con el transcurso del tiempo. Su papá que estaba visiblemente emocionado dijo: iTe queremos mucho Luly! Guarda bien esa piedra, es el símbolo de nuestra unión, de nuestra familia.

 

 

Entonces tomados de la mano regresaron a la mesa. En esta ocasión con el nacimiento de Jesús se festejarían también la bendición de Dios a través de la felicidad por la unión del hogar.

                                                  Saya  Maabar

 

El pollito negro

 

Era una tarde pesada y húmeda de verano, en el silencio de la tarde apenas se escuchaba el movimiento rápido de un cuis deslizándose entre el pasto y las ramitas secas caídas de los árboles.

 

Los pájaros ahogaban sus trinos y el viento casi no soplaba.

 

El candente sol obligaba a la gente a refugiarse en la siesta de la tarde dentro de sus casas.

 

En el jardín el niño jugaba solo un juego imaginario, que sólo se notaba por sus movimientos y sus grandes ojos dirigidos a la rama que sostenía su mano derecha.

 

Con su carita redonda, su pequeña nariz y una boquita carnosa, con sus escasos cinco años, era tan callado y con una mirada tan dulce y soñadora que inspiraba una sonrisa.

 

En la casa de enfrente un parroquiano y su esposa pasaban su vejez criando gallinas gordas y también pigmeas. Una de color negra, era la preferida de Ale, como yo lo llamaba.

 

Muchas veces pasaba horas buscando granos de maíz silenciosamente para dárselos a las gallinas y una porción especial a su mascota negra.

 

Con ese cuidado silencioso y esmerado se estableció una comunicación muy especial entre ellos. Todas las tardes Don Álvarez y Doña Carmen recibían nuestra visita y Ale desaparecía, luego de saludar, corriendo hacia el gallinero.

 

Las vacaciones en el campo eran sumamente aburridas, sobre todo, para mí que soñaba con la actividad de la Capital, donde vivíamos. Sin embargo, tenía un encanto especial para mi hermano, quien parecía disfrutar de tanto silencio para pensar.

 

El era tan callado que parecía vivir en un mundo propio. En la casa de Buenos Aires también tenía un sitio mágico y propio; al fondo de la casa antigua el patio techado de glicinas blancas y lilas, rodeado de madreselvas y jazmines había un banco alargado, muy parecido al que se ven en las plazas. Ese banco hacía de colectivo, de tren, de casa, de salón de lectura en las tardes tibias y se cubría de flores en los días lluviosos.  Ahí Ale jugaba y también soñaba…

 

Esa tarde en el gallinero las cosas no se encontraban iguales. Ale vio como una gallina pigmea caminaba seguida de varios pollitos de distintos plumajes y fue allí donde notó que entre ellos había uno muy chiquitito y negro como su mamá.

 

Vino a llamarme alegre y muy agitado, nos dirigimos al gallinero -¡Mira! Gritaba son hermosos y ¡Mira el negrito! Que chiquito, repetía mientras se ponía en cuclillas para verlos mejor.

 

A partir de esa tarde, todos los días era camino obligado cruzar el camino y llegar a la casa de Don Álvarez para ver los pollitos especialmente “el negrito” como Ale lo llamaba.

 

Los días fueron pasando hasta que una tarde, mientras Doña Carmen, hacía tortas fritas, vi venir a Ale con lágrimas en los ojos. Me apresuré a alcanzarlo y preguntarle que le pasaba y me tomó de las manos, fuimos hasta el patio y vi – con sorpresa- al pollito negro tieso e inmóvil en el pasto.

 

Mi hermano, en ese momento, aferrado a mí, lloraba abierta y desconsoladamente. Su “negrito” había muerto, yo trataba de calmarlo, sabía de su profundo cariño hacia él y hacia todos los animalitos, por eso era inútil.

 

De pronto, ante sus sollozos, aparecieron Don Álvarez y Doña Carmen…

 

Los niños tienen sentimientos puros y un lenguaje sencillo y franco. Sus corazones, aunque chiquitos, son mucho más grandes y sinceros que los de los adultos y por eso más fáciles de romper.

 

Se escucharon las palabras de Don Álvarez, como un rayo en una tormenta: ¿qué le hiciste? ¡Lo mataste!

 

Los ojos del niño se volvieron más tristes y en la profundidad de su mirada podía notarse su impotencia. Balbuceaba: ¡yo no fui! ¡Yo, no hice nada! ¡Lo encontré, así!  y muchas palabras y frases más que no fueron escuchadas.

 

Mi hermano estaba desconsolado y su llanto aumentaba. Ante mi incredulidad, intercedí: ¡Basta! Conozco a mi hermano y él no miente. Usted sabe que los pollitos suelen morir de esta forma cuando son recién nacidos y que…

 

Sin embargo, el daño ya estaba hecho, Ale desde esa época hasta hoy, siempre se caracterizó por su sinceridad. Pero las dudas de Don Álvarez lo marcaron para siempre.

 

Se acabaron las tardes de paseo en el gallinero, aprendió algo que hasta el momento no sabía: que la verdad no alcanza ante la obstinación y la ligereza para emitir un juicio. Conoció la injusticia y además, que también, puede provenir de alguien querido. Además, aprendió, sobre todo, el dolor de la pérdida de algo amado.

 

Los años pasaron, él ya es un hombre, pero a veces, cuando lo miro vuelvo a recordar al “pollito negro”. Ya, que como él, mi hermano en el corazón sigue siendo: suave y chiquito. No olvidó al “negrito” ni menos aún, la acusación injusta.

 

El parece ahora el gallo, el dueño del gallinero pero, por dentro, es el pollito con pelusita negra, tierno e indefenso.

 

La injusticia marca en una forma indeleble el alma humana, en este caso dio un golpe de muerte a la inocencia y a la confianza de un niño.

 

En realidad, deberíamos tener lástima y no ira contra las personas que acusan y actúan de esa forma, porque ellos jamás tendrán nada en su corazón para recordar. Que los hagan reír y llorar a la vez.

 

Ale seguirá herido, pero tiene el corazón repleto de dulzura y además muchas mascotas en su casa, que cuidar.

 

Sin embargo, yo sé, que, aún sufre

                                                Saya  Maabar

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